domingo, 18 de octubre de 2020

Huyendo de la lluvia.

 Huyendo de la lluvia, Facundo llegó a la comarca de los Oscos.

Desde Vegadeo, cogió la carretera de Taramundi, internándose en un verde mar de espesura. Cada cuesta y cada curva eran como remontar una ola de vegetación, alumbrado a cada tanto por el sol que se colaba entre las ramas de los eucaliptos que servían de techo.

Su destino estaba más allá de San Martín. Una vieja casa de piedra, ubicada en un claro del bosque a unos minutos de la carretera. Un lugar solitario que compró y reformó a distancia, mucho antes de instalarse. Le gustaba acariciar la piedra vista de las paredes y sentarse fuera, junto al pozo. En los escasos días de sol miraba un antiguo camino de piedras, que bajaba hacia su casa y se perdía entre los árboles. Sentado en una cómoda silla gastada por el uso, imaginaba quién habría usado el camino en el pasado. Porqué fue construido. Quién lo habría usado para atravesar el bosque o qué productos bajaron la montaña en dirección al mar.

El resto del tiempo leía. La humedad retorcía las hojas, pero les daba a los libros que compraba por internet el aspecto de los libros antiguos que tanto amaba. Delibes, Zelazny o Murakami, entre tantos otros, poblaban sus tardes acompañándole en su soledad.

Y así pasaron los años.

Una tarde de otoño, extrañamente cálida, la lluvia cesó y Facundo cogió su silla y salió al pozo. El viento movía las ramas de los árboles, permitiendo que los rayos del sol dibujaran formas entre las piedras del camino.

Un ruido le despertó de improviso. Tardó en darse cuenta de dónde estaba, pues no recordaba haberse quedado dormido. Otra vez. Un ladrido. Dos figuras aparecieron en lo alto del camino. La luz de la tarde le cegaba y no era capaz de distinguir más que el contorno de dos personas y un perro.

Se acercaban despacio, con cuidado para no resbalar entre los adoquines del camino de piedra. Eran dos mujeres jóvenes, vestidas para una larga travesía a pie. Botas, mochilas, pantalones cortos. Facundo pensó en unas peregrinas, aunque esa zona no era parte del Camino. Posiblemente, unas senderistas perdidas en alguna de las muchas rutas de los Oscos.

El perro fue el primero en pasar a su lado. Blanco y no muy grande, se detuvo un momento en el pozo, antes de seguir camino abajo. Luego pasaron las dos mujeres, sin reparar en la presencia de Facundo.

A pocos metros de distancia una de ellas giró la cabeza y miró a Facundo sin verle. No muy alta, con el pelo oscuro recogido en una coleta y unos alegres ojos que sonreían sin palabras. Era una figura salida de su pasado. Una hija, una hermana o una mujer perdida.  No era capaz de recordarlo en ese momento. Ambas siguieron al perro y se perdieron en el recodo del camino que se internaba de nuevo en el bosque.

Facundo las miró unos instantes y luego las olvidó. Se dio la vuelta buscando la silla, y al no encontrarla regresó a la casa. Al entrar acarició la piedra vista de la entrada y se perdió entre las sombras del interior.

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